La Madrileña nace como una exploración arquitectónica sobre la gestión de la escala y la atmósfera en un espacio reducido, profundo y de escasa iluminación natural. Desde el inicio, el reto fundamental del proyecto consistió en transformar estas limitaciones en una oportunidad para construir una narrativa espacial envolvente y evocadora. La solución radica en el techo, convertido en el hilo conductor del diseño, uniendo visualmente todos los elementos del local y dotándolo de una identidad propia.Inspirada en la tipología de una pequeña capilla cristiana, La Madrileña reinterpreta sus elementos esenciales para generar un ambiente de recogimiento, unidad y conexión emocional con el espacio. La pieza clave del proyecto es la bóveda longitudinal retroiluminada, que recorre todo el bar generando una sensación de amplitud y continuidad en un local de proporciones ajustadas. Esta bóveda no solo organiza el espacio, dirigiendo la mirada del usuario hacia los puntos de interés, sino que también refuerza la sensación de inmersión en una atmósfera cuidadosamente diseñada.El paralelismo con un espacio de culto va más allá de lo formal. La barra se convierte en un altar de socialización, el lavamanos de mármol evoca una pila bautismal y el cocinero asume el papel de un oficiante gastronómico. La intención es provocar en los visitantes una experiencia sensorial y emocional similar a la que se siente al cruzar las puertas de una catedral gótica: un instante de sobrecogimiento que trasciende la funcionalidad del espacio y lo eleva a una experiencia arquitectónica memorable. Como en cualquier espacio religioso, la luz juega un papel esencial, matizando la percepción del entorno y estableciendo un vínculo entre lo material y lo etéreo.Desde el punto de vista material, el uso de cerámica como revestimiento continuo en suelo, zócalo y barra se convierte en un gesto de coherencia y minimalismo conceptual. Este material no solo aporta resistencia y facilidad de mantenimiento, cualidades esenciales en un local de hostelería, sino que también construye un lenguaje visual sobrio y contemporáneo. La paleta cromática neutra refuerza este concepto, permitiendo que la luz natural y artificial generen diferentes matices y atmósferas a lo largo del día. La iluminación indirecta acentúa la sensación de continuidad, generando sombras suaves que refuerzan la textura de los materiales y la profundidad del espacio.El diseño de La Madrileña apuesta por la eliminación de lo superfluo en favor de una pureza arquitectónica que busca transmitir emociones. No se trata de un minimalismo estético, sino de una depuración del espacio hasta su esencia, asegurando que cada elemento tenga un sentido dentro del conjunto. La relación entre forma, luz y materialidad construye un relato espacial que invita a los visitantes a vivir una experiencia sensorial única. En un mundo saturado de distracciones visuales, este proyecto opta por la sobriedad y el refinamiento, utilizando la arquitectura como un medio para potenciar la percepción del tiempo y del espacio.En definitiva, La Madrileña es una propuesta arquitectónica que trasciende lo meramente funcional para convertirse en un escenario de experiencias. Cada visitante participa en la narrativa del espacio, construyendo su propia percepción a través del juego de luces, texturas y proporciones. No es solo un bar, es un ejercicio de arquitectura que busca conmover, conectar y hacer que cada visitante quiera volver, no solo por su oferta gastronómica, sino por la atmósfera que envuelve cada momento vivido en su interior. Esta modesta “capilla de la tapa” es un recordatorio de que la arquitectura no solo se habita, sino que también se siente.